Wednesday, December 9, 2009

Preso Número 32704

PRESO NÚMERO 32704

Samuel es de la región colombiana de Arauca. Del Arauca vibrador. Con tanta frontera con Venezuela que con el resto de su país. Eso me dice: que ha pasado más tiempo de su vida en Venezuela que en Colombia, entrando y saliendo. Una vida fronteriza. Dice que tiene mujer en Cúcuta, doctora otorrinolaringóloga de cincuenta y tres años. Él tiene treinta y siete y le quedan cuatro más en Hong Kong, en la cárcel de seguridad B de Stanley. No tiene hijos y no cree que los pueda tener, por lo menos con su mujer, le apunto. Creo que no está en broma. Y le creo, ¿por qué no?.

Le cuesta más hablar que a los otros. Hay que estar continuamente preguntándole cosas y no se sabe si está a gusto con nuestra visita. Tiene los ojos de color azul nublado. Quizá por el colesterol. Se queja de la comida. Me cuenta que comen en un comedor con otros cien no chinos, que en la cárcel están separados los comedores y la comida para los no chinos es eso, no china. La mayoría de estos cien, son paquistaníes. El no quiere estar en esa cárcel, quiere que le trasfieran a otra, pero no consigo saber por qué. No le gustan nada los chinos, “asco de raza”, dice y repite una y otra vez. “ Matan a su madre o a su padre y violan a niñas. Y por eso, les caen dos años. Y a mí, por un paquetico, me caen diez. Eso no es justicia”. Y no me queda más remedio que darle la razón.

Nos miran por encima del hombro, con una superioridad como si el resto fuéramos apestados” me sigue contestando a mi pregunta que por qué tiene tanta manía a los chinos. “Son maricos porque para ellos es normal tenernos aquí encerrados durante diez años sin que podamos acercarnos a una mujer”, “Son feos y con la cara aplastada” “Son iguales ellos y ellas” y así sigue su larga descripción de su odiada raza amarilla. Pienso que es normal, pues es aquí donde está en la cárcel, en Hong Kong.

Le digo que mejor aquí que en China o en el algún otro país del sudeste asiático, pues allá las penas que pueden aplicar son más duras, digo sin nombrar la pena de muerte. Y me dice que mejor estaría muerto que enterrado vivo como se encuentra ahora.

Me pregunta que a qué se dedica mi marido y le contesto que es importador de vinos. “ Pues si se pone la coca en el vino desaparece totalmente y luego con amoniaco se separa muy fácil”. Le digo que mi marido no está por la labor de hacerle compañía ahí dentro. Y se ríe. Es su vida y lo que ha hecho siempre.

Toda un personaje este Samuel. Es amargo. Acude a nuestras visitas con ilusión y creo que se queda pensando que nos enamora con su mirada inquietante. Me cuenta que del consulado llama a una chica a la que le pregunta que ha pasado con su carta que presentó en derechos humanos y la enamora.

La gente que se dedica al trafico de drogas es normal, de las que tienen principios morales. A ver: no son asesinos, depravados, pedófilos o ladrones. Gente como la que compra un billete de lotería para cambiar su vida. Son simplemente gente. Y en nuestra variedad humana, unos somos mejores personas que otros.

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