Tuesday, March 24, 2009

Cantos budistas



Déjame que te cuente un poco una historia de cuando vivía en Japón: una de mis amigas de mi club de ikebana en Kobe, su marido era monje budista Zen y tenían un templo en Shinkobe, cerca de casa. Alguna vez fui a cosas que organizaban en su parroquia, exhibiciones de ikebana o conciertos musicales, como uno de pianista de fados, fados (que además vendía jamones del Alentejo).
Una vez me invitó a un templo en Kioto en el que iba a haber un recital y su marido cantaba. Fue uno de esos momentos que recuerdo memorables de mi estancia en Japón. El templo estaba en las colinas de Kioto y estaba cerrado al público, sólo podían pasar los invitados al concierto. Era un templo de los que tienen culto. En Japón, más que en España, hay templos con culto y templos de turistas, demasiados templos para estos tiempos. Nos sentaron a todos dentro del maravilloso templo (sobra decir que en el suelo, aunque a mi me pusieron por una parte que había un escalón y me cuidaban todo el rato). Sólo había otro gaiyin, muy alto y rubio, pero estaba muy inculturizado pues iba vestido de samurai, supongo que para demostrarlo. Iba con una japonesita muy mona en kimono.
El recital era todo cantos Zen, recitado de sutras monotonos –con acentuación llana- pero tengo que reconocer que me sacó del mundo el aaahahhaaaá, aaaaaaaaaaaá, eeeeeeeeeeé, eeeeeeeeé, iiiiiiií.....
Tengo varias anécdotas más de ese día como la ida al baño (en Japón con 200 personas con un sólo baño en el templo!) y lo mejor eran los hijos de mi amiga, que como jóvenes japoneses que eran, iban de eso: pelo pincho, pantalones caídos, camiseta chaleco bufanda cadena camisa y todo el armario.
Bueno, no sé si he descrito el ambiente de espiritualidad y recogimiento que tienen muchos templos en Japón, pero lo que sí te puedo decir, que el aaahahhaaaá, aaaaaaaaaaaá, eeeeeeeeeeé, eeeeeeeeé, iiiiiiií..... Engancha.
Observaciones: Los monjes budistas en Japón se casan. Bueno, mejor dicho se casan los que quieren, no es obligatorio. Un templo sintoísta que visité lo llevaba un monje joven que lo acababa de heredar de su padre. Como si fuera una farmacia.

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